Abrazar el sigilo,
el modo más audaz de invocarte,
de convocarte
a la fiel velada donde el cuerpo
es el signo que no muere.
Morder el silencio,
para que nuestros bordes confluyan
sin sus crisálidas.
Nada más
que soltar el instante latiendo,
dar vuelo
y sentir entre las ruinas
el ciclo que renace.