
Entre mis yoes
se hila el infinito
en bosques de tiempo.
Incesante soy
la que responde al dolor del espejo,
la unión fractal que recupera
la suave geometría del atardecer.
Y me consumo en el aliento de la Tierra
y el desgarro de este cuerpo.
Convergen lo sublime y tu mirada,
enredados en tu lengua,
con el afán de habitar
la muerte de la espera.
envuelta en la fuente,
donde el verbo
no concibe el tiempo.
Y, etérico, el recuerdo
se enmudece
ante aquella suave voz de verano
resurgiendo en tus entrañas.