Reverbero la lumbre
que nos conjuga
en este vergel de símbolos.
Empíreo es el designio,
el latido sideral que,
como presagio de sol
o refugio de la aurora,
me descubre rendida al viento.
Ignoro el rostro de un destino
que suspenda lo fluctuante de este río.
Soy la alegoría de mi cuerpo
abriéndose a la plenitud del vacío.
Abrir el espacio a mi sombra,
a la intangible expresión de la rosa
en el desatar de la noche.
Soltar el mar
entre las yemas de la espera,
ya sin nombre
ya sin grietas.
Despertar inmersa en la rima,
junto al esbozo de otro cuerpo.
Callar los sintagmas,
y habitar el aire
como la hierba que prescinde
de hablar del silencio.
Cíclica,
hundo mis vértices
en la cicatriz del mar.
Escalo la voz que me nombra
y libero en remolinos,
las espinas.
Florecen las horas desnudas
y mi cuerpo es una luna resonando
en el nocturno sonido de otro cuerpo.
Sosegada,
habito el infinito
como un retazo del aire.
Suspendo los signos
y la vorágine del instante
nos consume en sus entrañas.
Me entierro
en la luz abisal de este océano.
Desahogo la parábola del mundo,
y se abre la llama de mi sangre
a recibir el bálsamo
del enigma revelándose.
Deshabitada,
soy el espacio
que fecunda nuestras auras,
el seno de la dualidad
desvistiendo sus vórtices de paisajes blancos.
Absorta en las palabras,
la noche ya no es ausencia,
sino lejos de tus manos.
Y tu voz es el tacto insospechado,
la señal invertida,
la luz que desata mi reflejo
en el dibujo del destino.
sobre el rostro interminable del tiempo.
Las medusas
se abren como enigmas en mi carne,
y brota la ecuación de fuego,
el quiebre irracional de los cuerpos.
Anochece la luz
y soy un eterno mar de revelaciones.
en la asimetría de tu sexo.
Soy la más desnuda del bosque,
la incógnita en tu pecho,
la nota memorable que resuena.
Alcanzo el eco en el aire,
el color del ocaso
que transforma al vacío en silencio.
Retorno vertiginosa
como la sed
que me devuelve en espiral
hacia la fuente,
porque las mariposas
no saben de la muerte.
Tu palabra viva
se hunde íntima en mi vientre
donde emergen las rosas.
Y metafórico, brota
el detalle de ser un pálpito
en el vértice de la luna.
Regreso a tu océano,
y siento que soy
como un verbo sin tiempo.
dibujando círculos
en el aura del bosque.
Brota en mí,
la estación de fuego
donde arde el tiempo
como alquimia diamante.
Ahora es luna
y yo descalza,
abrazo al aire en el espejo.
las palabras vírgenes
que florecen de la tierra desnuda.
se oculta en el espejo amante
reflejando tu sombra.
Inhalas tu despertar
y como sinónimo del sol
se abre un paisaje en tus pies,
entramando tus páginas descalzas.
se palpa frágil
y anónimo
en la silueta del mundo.
Dentro de mi cuerpo,
caen pétalos de fuego
como un árbol
que desnuda sus hojas
en mis manos.
Amanecen mis alas,
y el incendio de la sangre
es el mantra que me circula.
sobre sus hombros
ardiendo en la herida clave.
Sin agujas,
el amor se escabulle
en el bosque de los sin nombre,
como un laberinto sin memoria.
Árboles circulares
ronronean en mis células
reviviendo la sintaxis de carne y viento.
se hila el infinito
en bosques de tiempo.
Incesante soy
la que responde al dolor del espejo,
la unión fractal que recupera
la suave geometría del atardecer.
Y me consumo en el aliento de la Tierra
y el desgarro de este cuerpo.
Convergen lo sublime y tu mirada,
enredados en tu lengua,
con el afán de habitar
la muerte de la espera.
envuelta en la fuente,
donde el verbo
no concibe el tiempo.
Y, etérico, el recuerdo
se enmudece
ante aquella suave voz de verano
resurgiendo en tus entrañas.
Entre las piedras,
enmudezco vida,
y me urge el aire
al hundirme en tu sueño.
En el desgarro de lo eterno,
cohesionan nuestros cosmos
y me arrastra la sed
de la luz insaciable.
Y ya no soy más que la música
que sucumbe ante tu cuerpo anónimo
como libélula sobre una rosa.
Escucha el verbo del fin
al rasgar los trozos de mi piel enrojecida.
Mi paisaje está desnudo
de viaje en tu anatomía
soplando en sonidos
las cuerdas que me sueltan
del dolor
las huellas.
e iré hacia tus manos
como metáfora del viento.
Desarmo el invierno de mi piel
como un átomo de agua,
que se corre del tiempo.
Páginas del silencio,
sin versos que retuerzan
este campo de gaviotas blancas
que me develan descalza
bajo las sábanas
de matices y sombras frágiles.
Y emerjo,
mi respiración es tu aire,
tu bosque de niebla,
tu hechizo indescifrable.
Convertirme en la voz
que calla esta muerte.
Saciar esta sed de mis pies
por tocar cielo firme.
Amarme a través de.
Incesante,
me abro a la ausencia
donde yace la clave,
la llave que retumba en el agua.
Y el amor,
es la muerte del péndulo,
el renacer del fruto,
la fragancia de mi órbita
emanando desde mis pechos.
tiño mis pies con el mar.
Y en mi cuello húmedo,
se abre el recuerdo
de tu resonancia.
Ecos del silencio,
retumban en mi centro,
como pájaro que cruje
entre las alas del sol.
Se desnudan los espejos,
sutiles microcosmos,
hologramas de paciencia,
y son flores en las piernas
que durmiendo se despiertan.
Se deshace mi temple,
colmando de vacío
mis orbes invisibles.
Dispuesto el río
a cortar el ciclo,
hace sol y montañas.
Vastedad.
Ensueño ojos afinados,
que descifran mi núcleo,
sutil raíz que se pierde
al hallarte
como el mar en tus pupilas.
Disuelve tu huella
en las espinas del sol,
y subraya tu tacto.
Permite que estas líneas
asciendan por tus lunas,
albergándose en tu manto.
Sigilo.
Es mi voz la que enmudece
aquietando las montañas,
quien te invita con sus manos blandas,
a despojarte de tu cáscara.
Inquieta,
amanezco en mi hoguera
de hombros fríos.
Atravieso tu luz,
el altar interno,
punto de fuga
y de encuentro.
Nuestro lenguaje.
La fusión,
mi ardor lunar,
mi deseo naranja,
el diálogo de cuerpos amantes
en la trama de la brisa.
Sometida a la relatividad,
se mece tu agua,
la piedra lunar
que se dibuja en tu tronco.
Y mis pies, ya no respiran
levitan sobre el vaso vacío,
ánfora deshabitada.
Mi olfato te descubre
entre las exequias de las flores,
y la primavera pudorosa
que no se atreve a deshojar el árbol
sin antes bañarnos de poesía.
Beso el cauce de tu río
y el ciclo que se cierra,
de paseo por la incertidumbre.
Soy el fuego que arde
en tus entrañas,
aturdido por el viento.
Con los ojos áridos,
me encuentras oculta
Cicatrizan las heridas
sobre el vientre frondoso del mundo.
Y nos abraza el vuelo,
que nos halla infinitos.
Aquel profundo abismo
se torna refugio y reflejo,
despertando lo que yace dentro.
Y renacemos lúcidos e inocentes
como la nueva piel del sol
entre las nebulosas del alba.
Cuando ya no relevan las formas,
florece la voz nítida
que nos revela y reclama,
dulce,
simple,
como la noche espera a la luna.
Detrás de tu velo, Noche
crece circular la hierba
que desenreda tus sueños.
La voz de la no palabra
desmembrada
en océano y sequía,
interrumpe la ilusión taciturna.
Exhalas
y te deshaces en destellos
confundida en tu propio fulgor áureo,
regocijándote
en tu inconfundible frenesí.
despierto deshojada,
despojada
de todo rol,
del aroma
que es tan tuyo y mío.
Y de nadie.
Los umbrales del cielo
retuercen tu pelo
en vorágines de mantos
que cubren mi espalda desnuda.
Sutiles vértebras
se enamoran del bosque,
y soy un oasis.
Se sueltan mis pliegues
y el quiebre del iluso orbe
pulsa el vacío de lo pleno
Eliges soñar lúcido
y buscar tus manos
para recordar quién eres,
(siendo la tempestad
quién te invita a danzar bajo la lluvia.)
Luz de luna:
barre todo pretérito!
Y se despiertan los enigmas
buscando descifrar tu nimia hendidura
en lo profundo de tus poros.
Se impregna tu saliva
en este cuerpo
que es tapiz de miel
y hierba,
grabando en el mar
aquello que no fue.
Y sucumbes en el gesto urgente
de sentarte sobre el lecho de tus recuerdos,
simulando cubrir con hojas
el hueco de tus dolencias.
Llega el otoño
y la humedad de tu música
envuelve al sonido con tus alas.
