Desorbitados,
los paisajes a media voz,
trazan un refugio.
Mis pies dibujan lo que es propio,
como un sonido que golpea
la oquedad de las horas.
¿Por qué la mente tiene el semblante
del tiempo,
en la sala de la espera?
Me desnudo de la sed
y ensueño el quiebre,
la cura,
el rostro de la magia
que me consagra
unánime del viento.