Al unísono,
nuestras voces a destiempo,
el silencio dentro de cápsulas.
¿qué es la distancia?
Si al hallarnos,
me invade la pérdida de soberanía,
y nuestros territorios enardecidos por el fuego,
se funden y confunden
reinventándose.
El cansancio de las manos,
la avidez de sentir la cicatriz,
como un ciclo,
un puente a ultramar.
Te vislumbro
y la distancia no es más,
que el universo que nos une.
Cabalgar el misterio,
¿cómo doblegarme a la entrega si
aún no me hallo dentro?
Sangra la luz
Y en el vacío,
yo .. y la luna.
Hundida en el espacio,
como un anónimo manantial,
se suspende lo ilusorio.
Todo se me revela,
en el deshielo
entre tensiones frágiles
que me despiertan,
rompiendo la cúpula de mi silencio.
Sobreviene,
soltar el espejismo que se abraza ante la urgencia del vacío.
Los mapas ya no emanan recorridos,
no más,
mi presencia deviene destino.
¿cómo fotografíar al tiempo
que se escabulle en abstracciones?
Los escombros ceden,
un haz de luz que ya no empaña el vidrio.
y ya no hay retorno,
se desmenuza el aire en infinitas vibraciones
que se ocultan bajo las piedras de la memoria.
El cielo muta su gris,
anticipando mi regreso.
Hacia mí, voy
a través de los espectros
de tu constelación.
Un detalle íntimo,
miradas invadidas por el silencio
el despertar de las dimensiones del cuerpo.
Ahora, tan solo deseo, entregarme al sonido
y que su resonar,
hable por mí.
La muda intención de hallar tu temblor,
a través de los espejos del tiempo.
Rogar el quiebre del equilibrio
sin desnudar el temor axial
que se conjuga con las membranas de la monotonía.
Cada partícula de aire,
se torna en mí, una visión eléctrica del mundo
un cuerpo infinito que nos envuelve
más allá de nuestra indómita inconsciencia.
Aventarse a resurgir de la propia muerte,
con el atuendo transgresor de una mariposa
que retumba sobre el eco del mar.
Allí, donde la ubicuidad
se funde con la ausencia.
Abrazar el sigilo,
el modo más audaz de invocarte,
de convocarte
a la fiel velada donde el cuerpo
es el signo que no muere.
Morder el silencio,
para que nuestros bordes confluyan
sin sus crisálidas.
Nada más
que soltar el instante latiendo,
dar vuelo
y sentir entre las ruinas
el ciclo que renace.
a la trama circular de un sortilegio
que revele en astros y ecos
las arterias de mi lenguaje.
Aunar mis fragmentos,
sumirme en la antigua reunión
que estalla en el arte del fuego
y me nombra
al caer dentro del latido supremo,
punto de fuga que me respira.
Extinguir la sed del sueño,
para saberme la fémina despierta
que se arroja al vacío,
invisible a sus privilegiadas formas.
hacia la otra que no espera
la llave inalcanzable.
Ha desnudado a la inocencia
de su inútil embozo.
Ha sucumbido en el arte
de desligarse de la otredad
que la pierde.
Ha desmantelado su bosque
para ser el árbol atemporal
que se entrega al desafío de translucirse,
como un vástago paisaje sin memoria.
Entreabrir los pliegues de la ilusión
y que un sonido inagotable,
inaugure el seno antónimo del olvido.
Un estar suave,
un indagar en el enjambre
entreverando la armonía.
Sidérea,
abrir el portal,
el retorno al epicentro.
Desocultar lo que existe
y brotar como un acorde,
embelesado por el silencio.
como síntoma del horizonte
en el ocaso de mis sentidos.
Ser la inmiscuída
en cada latitud del cuerpo,
y provocar en el fondo
la ruptura de la ausencia.
Desentrañar la memoria
de mi piel
y habitar cada instante
hasta convertirme
en el núcleo líquido
de mis desiertos.
